terça-feira, 15 de dezembro de 2009

ponerse en juego

Em algum ponto do primeiro semestre, como uma espécie de dócil alienígena eu me inseri silenciosamente entre os alunos do mestrado em teoria literária da Universidade de Buenos Aires para assistir às aulas sobre teorias da modernidade. E ainda que possa soar piegas e um tanto inadequado, dado o contexto – as geralmente circunspectas discussões acadêmicas – digo que foi um período bonito. Primeiro porque esteve inserido em um arco mais amplo de experiências nas quais eu me deixei alcançar pelos mais diferentes estímulos de uma maneira desorganizada e aberta, esperando capturar nesse percurso algo que escapasse a uma consciência obcecada em organizar e filtrar, traçar prognósticos e explicar em retrospectiva. Também porque foi uma oportunidade como poucas para desfrutar de uma troca que pôde acontecer imune às chateações que rondam o meio acadêmico e que por vezes nos fazem repensá-lo como zona de investimentos intelectuais, profissionais e, diria até, afetivos.

No meu triplo alheamento – por não ser argentino, por não estar regularmente matriculado e sequer ser um estudante de literatura – a experiência apareceu como momento gratuito, como se estivéssemos ali reunidos unicamente para compartilhar textos e, junto com eles, nossas impressões (no caso, as impressões dos outros, já que as minhas eu guardei para mim, como ouvinte literal que fui). Sei que a configuração, de fato, não era essa: como todo ambiente de pós-graduação, ali nada era inteiramente gratuito e desinteressado. Mas para mim foi – ou melhor, pôde ser, dadas as circunstâncias.

Por meio de uma leitura não-deslumbrada mas carinhosa dos textos, fui recuperando algumas palavras e a força de cada uma delas, amplificadas pela minha disponibilidade para acolher algo novo, que poderia ser simplesmente uma nova forma de ler – como quando a professora se esforçava para dar a melhor entonação a um texto ou voltava algumas linhas para repeti-las, desculpando-se porque não as havia “lido bem”.

Neste ponto, assim como apareciam indissociáveis a literatura, a filosofia e a política, para mim existiram como uma só presença o estudo, os teóricos e a natureza dos meus dias, sendo os textos fragmentos delicados onde eu poderia pousar a vista e encontrar abrigo, consultando-os como um oráculo a me indicar possíveis posturas e caminhos quando as referências biográficas se tornavam mais obscuras e difíceis de seguir. Foi nesse contexto que lemos juntos um belo ensaio de Agamben, do qual guardei especialmente um trecho:

“¿Pero qué significa, para una vida, ponerse – o ser puesta – en juego? 

Nastasia Filippovna – en El idiota, de Dostoievski – entra en el salón de su casa, la noche que decidirá sobre su vida. Ha prometido a Afanasi Ivanovich Totski, el hombre que la ha deshonrado y mantenido hasta entonces, que dará una respuesta a su ofrecimiento de casarse con el joven Gania a cambio de 75.000 rublos. En el salón están presentes todos sus amigos y conocidos, también el general Iepanchin, también el inefable Lebedev, también el venenoso Ferdischenko. También el príncipe Myshkin, también Roghozin, que en un determinado momento hace su ingreso a la cabeza de una gavilla impresentable, llevando en una mano un paquete de cien mil rublos destinados a Nastasia. Desde el comienzo, la velada tiene algo de enfermizo, de febril. Por outro lado, la dueña de casa no hace más que repetirlo: tengo fiebre, estoy mal.

Aceptando jugar el desagradable juego de sociedad propuesto por Ferdischenko, en el cual cada uno debe confesar la propia abyección, Nastasia pone de pronto toda la velada bajo el signo del juego. Y es por juego o capricho que hará que el príncipe Myshkin decida su respuesta a Totski, cuando Myshkin es para ella casi un desconocido. Pero luego todo apremia, todo se precipita. Imprevistamente ella acepta casarse con el príncipe, para desdecirse de inmediato y elegir al ebrio Rogozhin. Y llegado un cierto punto, como alterada, agarra el paquete con cien mil rublos y lo arroja al fuego, prometiendo al ávido Gania que el dinero será suyo si lo arranca de las llamas con sus propias manos.

¿Qué guía las acciones de Nastasia Filippovna? Es cierto que sus gestos, en la medida en que son excesivos, son incomparablemente superiores a los cálculos y a los comportamientos decorosos de todos los presentes (con la sola excepción de Myshkin). Y no obstante, es imposible vislumbrar en ellos algo así como una decisión  racional o un principio moral. Mucho menos se puede decir que actúe para vengarse (de Totski, por ejemplo). Desde el principio hasta el final, Nastasia parece presa del delirio, como sus amigos no cansan de señalar (‘pero qué estás diciendo, tienes un ataque’, ‘no la comprendo, ha perdido la cabeza’).

Nastasia Filippovna ha puesto en juego su vida; o acaso ha dejado que fuera puesta en juego por Myshkin, por Rogozhin, por Lebedev y, en el fondo, por su propio capricho. Por eso su comportamiento es inexplicable; por eso ella permanece perfectamente oscura e incomprendida en todos sus actos. Una vida ética no es simplemente la que se somete a la ley moral, sino aquella que acepta ponerse en juego en sus gestos de manera irrevocable y sin reservas. Incluso a riesgo de que, de este modo, su felicidad y su desventura sean decididas de una vez y para siempre”.


(Giorgio Agamben, El autor como gesto)

Nenhum comentário: